Elige tu propia aventura
Elige tu propia aventura

BITÁCORA

Hace treinta años se lanzaba en Argentina la serie de historias juveniles "Elige tu propia aventura" de Ed. Atlántida. Nunca dejaron de publicarse, pero perdieron el estatuto de novedad. Era una licencia norteamericana que Bantam Books editaba desde 1979.

Corría 1984. En diciembre del año anterior, nuestro país había recuperado el estado de derecho, y, oh, curiosidad, el nombre y la dinámica de lectura esta serie de textos apelaba a un lector que se afirmaba en su derecho a elegir en libertad. Los niños entre 8 y 12 años, a quienes estaba apuntado el producto, habían crecido en una sociedad donde estaban impedidas las elecciones de representación política, había listas negras de autores, índex de libros (¡de libros infantiles!), films y música, tijeretazos en películas exhibidas, por no detenernos en los hechos más trágicos del régimen genocida. Muchos chicos de esa época hicieron el pasaje iniciático de la lectura infantil (llenas de ilustraciones, colores y poco texto) a la lectura juvenil, con estas novelitas.

Los títulos eran terriblemente atrayentes, una rara mezcla de misterio e incorrección. Desde la cubierta nos convocaban a la aventura: Tu nombre en clave es Jonás, Escape, El abominable hombre de las nieves, Quién mató al presidente, Dentro del OVNI 54-40. Empleaba tópicos de los géneros policial, ciencia ficción e intriga. Los Elige fueron éxito de ventas a nivel mundial.

Los que éramos purretes en esos años, vivíamos una revolución. El estreno de E.T. a fines del 82 nos encontraba protagonistas en una película, no como seres ingenuos o necesitados de protección, sino como agentes positivos de cambio, cuya toma transgresora de decisiones impactaba sobre la realidad. Era el clima de la época.

Todos los Elige llevaban una advertencia en la primera página en tipografía catástrofe. “¡No leas este libro de corrido desde el principio hasta el fin!”, que era como decir: Esto no es un libro. No leer de corrido un libro, prometía diversión. Seguía más adelante, “(…) a medida que vayas leyendo, se te pedirá que tomes una decisión y elijas. ¡Tu elección puede conducir al éxito o al fracaso! Sólo tú eres el responsable de tu destino porque tú eres el que toma las decisiones.” Estas palabras tenían el tono de advertencia paterna, de ritual iniciático en el que el niño asumía la responsabilidad de sus actos. Tal sentencia marcaba el principio del fin de la infancia. Abrir las tapas de los Elige era morder la manzana del Edén: ¡adiós, inocencia!

Alterar el curso de la historia

Los Elige estaban redactados en segunda persona: Tú. El lector pasaba de espectador omnisciente de la aventura narrada, a ser un personaje protagonista. Las imágenes al leer, se presentaban como en un plano subjetivo del cine o los videojuegos (la cámara en el lugar de los ojos del personaje).

Sin embargo, el efecto era extraño. La voz imperativa de la Advertencia de la primera página, ahora susurraba hipnótica en el oído del lector: “No puedes dormir. Hace casi una semana que no logras dormir una noche completa. La última amenaza fue tan fuerte, tan atemorizante, que miras detrás de ti todo el tiempo esperando encontrarte con uno de ellos” (El tatuaje de la muerte, R.A. Montgomery). La voz del narrador, el que narraba la historia del lector-protagonista, no daba total libertad de acción, sino que lo inducía a un recorrido, le tendía una trampa, lo arrinconaba, obligándolo a decidir qué hacer. El lector-protagonista era también lector-víctima de un experimento, padecía en carne propia lo mismo que los personajes en tercera persona de las novelas tradicionales. Era una experiencia fuerte.

Lo novedoso de los Elige era que hacían uso de un tipo de narrativa hipertextual, la hiperficción explorativa, hoy naturalizada, pero que en ese momento rompía con los cánones. El espacio de lectura no era lineal de principio a fin; el texto era una red de caminos. A vuelta de página, podía haber una encrucijada con tres posibles derroteros para el lector, que lo hacían saltar varias hojas hacia adelante o hacia atrás.

Tampoco había un único final. Se podía leer cada vez un libro diferente, tratándose del mismo. Los títulos de la serie variaban entre los quince y cuarenta finales posibles. Leer estos libros era como jugar a la rayuela, saltando de página en página hasta ganar el cielo (el mejor final) o como internarse en un laberinto, fracasar en los intentos por encontrar la salida, hasta dar con ella.

Lectura y Juego, dos términos reconciliados

Los libros-juego como los Elige tuvieron ensayos precursores, cuya búsqueda era romper con la lectura unidireccional. Julio Cortázar, autor argentino, fue uno de los que planteó experiencias de lectura diferentes. Rayuela, novela de 1963, sin pretender ser hiperficción explorativa, propuso diversas formas de leer el mismo libro: a) De principio a fin; b) Desde el capítulo 1 al 56, “prescindiendo sin remordimientos de los capítulos prescindibles” (del 57 al 155, casi un tercio del libro); c) Según el “tablero de dirección”, que a modo de brújula indicaba empezar por el capítulo 73 e ir saltando hasta finalizar en el 131; d) Como al lector plazca.

En 1969, publicó Último Round, un fantástico libro-edificio diseñado junto con el artista Julio Silva. La edición original fue maquetada de modo tal que dentro había dos libros unidos por el lomo, que funcionaban con autonomía, ya que las páginas estaban seccionadas en dos pisos: Planta alta y Planta baja. Un collage de textos (cuentos, recortes de diarios, fotos, dibujos, poemas) sin lógica aparente que los articulara, permitía al lector jugar con los textos y las imágenes, combinar múltiples arriba y abajo, deambular al capricho por el espacio del libro. El libro abandonaba al autor, y pasaba a ser tierra de exploración y conquista de un lector con absoluta libertad de acción.

El eslabón

Los Elige reconciliaban de forma definitiva, “leer” y “jugar”, al mismo tiempo en que aparecían los videojuegos de aventura de texto, como Zork. Elige preparó el terreno, acostumbró a pensar de forma interactiva e hipertextual a una joven generación nacida bajo otro paradigma, que tuvo que dar el salto hacia adelante.

Cecilia Barat

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