Juguetes: los únicos privilegiados son los niños
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BITÁCORA

No siempre existió la infancia. En realidad, casi nunca. Durante decenas de miles de años en la humanidad hubo niños en crecimiento. Es decir, varones y mujeres en estado de inmadurez biológica quienes requerían los cuidados especiales de su entorno hasta adquirir autonomía psicomotriz, alimentaria y de raciocinio.

La Infancia, así como la conocemos, tiene poco más de dos siglos. Fue surgiendo de a poco, evolucionando, hasta lograr una entidad tal que derivó en una normativa del derecho internacional en 1959 y subsiguientes. Pero la infancia es más que un conjunto de normas de protección: es un concepto y un estatus en nuestras sociedades modernas. Poco a poco se fue abandonando la idea medieval de niño-homúnculo (hombre diminuto) al que había que educar para reprimir las abyecciones innatas de la especie; los empiristas observaron al niño como tabula rasa (hoja en blanco) atribuyendo capital importancia a la experiencia y los hábitos que dejarían huellas en el futuro adulto. Fue Rousseau en el siglo siguiente, el XVIII, quien planteó que “el niño es bueno por naturaleza”, responsabilizando al conjunto social, el que se pervirtieran sus buenas inclinaciones.

Se va forjando así el concepto “Infancia”, al que se le van adhiriendo valores como bondad, inocencia, vulnerabilidad, necesidad de protección, afecto y bienestar. Se idealiza el tiempo de la infancia, como paraíso en la tierra, como Edén familiar. Y la nueva infancia trae un juguete bajo el brazo: no se concibe al niño-infante sin un artefacto de juego.

Juguete, no es lo mismo que juego. Son cosas distintas. Hay juego sin juguetes, pero un juguete sin juego, es un objeto que fracasa en su función, una promesa incumplida de diversión. También, un juguete es un objeto de juego exclusivo de la niñez, su nombre mismo es un diminutivo.

Hasta el viejo hospital de los muñecos llegó el pobre Pinocho malherido

La nueva jerarquía de la niñez hace surgir en el siglo XIX una industria hasta ese momento inexistente. La industria del juguete. Al inicio eran artesanales, los había de madera, porcelana, trapo y más tarde de hojalata. Solían ser objetos frágiles a los que había que cuidar con esmero, porque se corría el riesgo de perderlos, eran caros y escasos. Las clínicas de muñecos eran parte del paisaje urbano. Imaginemos a niños y niñas atravesados de dolor y culpa llevando a ese juguete amado, que por torpeza destruyeron, a que el “cirujano” los devuelva a la vida.

La mayoría de los juguetes estaban ideados para introducir al niño al mundo de los adultos, traspasándole de manera lúdica funciones y valores. Había una clara diferenciación en actividades exclusivamente masculinas y femeninas, que aún hoy persisten. Muñecas para acunar y vestir, cocinas en miniatura, juegos de té, se destinaban a las futuras encargadas del hogar, madres y esposas. Caballitos, automóviles, armas, herramientas y en general todo lo relacionado a la velocidad, al riesgo y al trabajo, preparaban a los varones para la vida pública.

Artefacto ideológico

Un juguete aparte de ser un artefacto de juego, es un artefacto ideológico. Podemos discutir si existe la inocencia en la infancia, pero no tenemos dudas sobre los juguetes: inocentes nunca fueron. Como cualquier objeto, pero potenciado, un juguete transmite modos de pensar el mundo, formas de organización de ese mundo pensado, pautas y valores culturales, prejuicios y/o aperturas. Condensan la idiosincrasia de una sociedad. La posesión de tal o cual juguete define la pertenencia a un sector social. Como factor entre otros de la socialización de niños y niñas el juguete impone, o trata de imponer, su lógica a sus destinatarios, con mayor o menor éxito. Porque lo esperanzadoramente bueno, es que los chicos los utilizan con mucha libertad incorporándoles significados nuevos.

Argentina de juguete

En nuestro país, hay vestigios de producción de juguetes a partir los años 1880s, que coinciden con la llegada migrantes europeos que traían el know-how. Pero era una industria semi-artesanal y la mayoría de los juguetes del mercado local fueron importados hasta que la Segunda Guerra Mundial trabó el flujo comercial desde Europa y nos obligó a producirlos nosotros. En esos años, Costábile Matarazzo (sí, el mismo que el de los fideos) instaló una fábrica de juguetes de hojalata litografiada que, dicen, llegó a ser una de las más grandes de América Latina. El catálogo de Matarazzo y Cía, incluía trompos, camiones, autos de carrera, juguetes de arrastre, cocinitas, y más. También aparece la versión vernácula del Monopoly, El Estanciero. Hasta la famosa Marilú, la muñeca de la aristocracia argentina, de marca nacional pero fabricada en Alemania, empezó a hacerse acá.

La llegada del gobierno peronista, fue el que le dio el gran espaldarazo al juguete argentino, ya que convirtió en política pública la entrega masiva de juguetes, siendo el mayor comprador durante el período 1947-1955. El estado de bienestar incluía a la infancia de manera privilegiada en su programa: “los únicos privilegiados son los niños”. En un país con 4 millones y medio de chicos, se repartía cada Navidad más de 2 millones y medio de juguetes.

Pero la edad de oro vendría en los años 60, con la introducción del plástico y de nuevas tecnologías y modelos que abarataron y ampliaron la oferta. Con el plástico cambiaron las prácticas del juego, ahora se podían revolear las muñecas y ser más audaces en la manipulación de juguetes sin temor a daños irreparables. Eran los juguetes irrompibles: los Rasti, los autitos Duravit, los Metegoles y un gran etcétera.

Sin embargo, esta industria quebró con las épocas de apertura irrestricta de importaciones que inundaron el mercado de juguetes de todas partes del mundo. De las 300 fábricas de los años dorados, quedaron 35 para 2001.

Lo cierto es que en estas décadas cambiaron los hábitos de juego y de consumo infantil. Los juguetes ya no son meros juguetes. Fueron repensados como una complejidad casi intangible de películas, espectáculos, alimentos, indumentaria, videojuegos y como uno más, ese fetiche, el objeto-juguete, que conservamos ya adultos como prueba de que tuvimos el paraíso de la infancia.

Cecilia Barat

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